martes, 6 de marzo de 2012

De festejos literarios


Era mi época de rebeldía. La edad de la punzada, como se le dice en México. 
Ya había leído unos cuantos cuentos de él. Un año antes mi padre me había regalado Cien Años de Soledad, el libro de libros, de acuerdo a su descripción. Realmente 
me daba un poco de pereza leerlo, ya que en ese tiempo estaba más motivado por la música que por la lectura.

Después de una escapada de la escuela, en la que me fui a la playa todo el día, mi regreso a casa fue todo menos placentero. Mis padres se habían enterado y me esperaban para reprenderme. Después de una discusión interminable –los padres no entienden a los adolescentes-, decidí refugiarme en mí mismo.

Salí al jardín de la casa y me recosté en la hamaca. No quería saber nada de nadie. Y la mejor manera de abstraerme era leyendo algo. Vi el libro en mi habitación y decidí llevármelo a mi universo de incomprensión. Y la incomprensión se convirtió en un realismo mágico.

Cinco horas después de lectura ininterrumpida, descubrí al que sería una guía imprescindible en mi vida. Gracias Gabo por Macondo, por Santiago Nasar, 
por Eréndira, por el Coronel y su gallo, por las putas tristes, por los secuestros, 
por los laberintos y por encima de todo, por existir.

Felices 85.
choche

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