Era mi
época de rebeldía. La edad de la punzada, como se le dice en México.
Ya había
leído unos cuantos cuentos de él. Un año antes mi padre me había regalado Cien Años de Soledad, el libro de libros,
de acuerdo a su descripción. Realmente
me daba un poco de pereza leerlo, ya que
en ese tiempo estaba más motivado por la música que por la lectura.
Después de
una escapada de la escuela, en la que me fui a la playa todo el día, mi regreso
a casa fue todo menos placentero. Mis padres se habían enterado y me esperaban
para reprenderme. Después de una discusión interminable –los padres no
entienden a los adolescentes-, decidí refugiarme en mí mismo.
Salí al
jardín de la casa y me recosté en la hamaca. No quería saber nada de nadie. Y
la mejor manera de abstraerme era leyendo algo. Vi el libro en mi habitación y
decidí llevármelo a mi universo de incomprensión. Y la incomprensión se
convirtió en un realismo mágico.
Cinco horas
después de lectura ininterrumpida, descubrí al que sería una guía
imprescindible en mi vida. Gracias Gabo por Macondo, por Santiago Nasar,
por Eréndira, por el Coronel y su gallo, por las putas tristes, por los secuestros,
por los laberintos y por encima de todo, por existir.
por Eréndira, por el Coronel y su gallo, por las putas tristes, por los secuestros,
por los laberintos y por encima de todo, por existir.
Felices 85.
choche
No hay comentarios:
Publicar un comentario