martes, 22 de marzo de 2011

De paranoias

Todas las noches tres veces se hace el recuento de los habitantes que fueron autorizados a vivir en la ciudad.

Por esa razón no son cerradas las puertas de las casas, hecho que llevaría a un observador apresurado a pensar que allí se había vuelto la franqueza de las costumbres de la edad de oro.



Es sin embargo un punto controvertido.

Importa sí que las casas estén permanentemente abiertas para que los empadronandores no pierdan tiempo.

Tanto más porque son tres los recuentos como ya quedó dicho.

El primero a medianoche dos horas después de del acostarse obligatorio.

El segundo a las tres y el tercero de madrugada cuando el cielo aún no clarea.

En invierno o en verano las personas duermen destapadas pero vestidas lo más que pueden excepto una pierna de la rodilla para abajo y la cara para respirar.

Si fuera posible se taparían la cabeza dejando tan sólo la pierna descubierta.

Porque los empadronadores necesitan tocar la piel de estos dormidos que raramente duermen.

El primer recuento es hecho por las ratas, el segundo por las culebras y el tercero por las arañas.

Los habitantes prefieren las culebras y las ratas aunque produzca escalofrío el contacto frío y escamoso de las culebras y el fino arañar de las uñas de las ratas.

Pero el mayor de los horrores lo traen las arañas.

Aunque sean genios geométricos y matemáticos, maliciosamente emplean mucho tiempo en contar mientras pasean sobre los rostros despavoridos desplazándose con sus trémulas y altas patas.

Todas las noches enloquecen dos o tres habitantes de la ciudad.

José Saramago "El año de 1993" (1987)
Ilustración de Banksy

Choche

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