«Cuando despertó, se dio cuenta de que estaba solo.
Tampoco recordaba si había estado acompañado
la noche anterior. La sensación de que alguien le había
acompañado en su cama se vio inquietantemente acentuada
cuando descubrió que la otra almohada también estaba
aplastada por haber soportado el peso de una cabeza.
Comenzaron a agolpársele recuerdos vagos de palabras,
roces y miradas, pero se vieron todos abocados a un
vertiginoso desagüe en espiral que se confundió con
los vértigos que se produjeron en sus ojos.
Su memoria le estaba jugando una mala pasada. Sentía
que había perdido algo, pero no sabía qué podía ser.
O quién.
Se encontraba desnudo e indefenso ante sus propias
emociones. Y le dio miedo salir al exterior».
Javier Herrero
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